Las estrellas chocaron entre sí. Se desamaron en un hueco oscuro y sin luz.
Y cuando sus fuerzas quedaron invanas, Dios introdujo su mano sobre una ínfimo pedazo, un trocito de polvo celeste. Entonces cerró el poderoso puño de su mano izquierda.
De su zurda mano una bola de juego incalculable salió despedida hacia la infinitud sin fondo, al que el llamaría universo, recorriendo distancias indescifrables.
Y cuando ya el tiempo había sido creado, Dios se dio cuenta, mientras permanecía sentado en sus nubes galácticas, que aquella bola de infernal fuego, debía tener vida. Y le dio vida y nombre: Tierra.
Familia entrelíneas
José Antonio Pérez está cansado de leer. Cierra el libro y lo huele para cerciorarse, por mil veces más, que le vendieron nuevo.
Coge el lapicero y toma la libreta de apuntes a la par que llama a su nana para que le traiga un vaso de whisky, con bastante hielo.
Sus dedos fríos cogen el cuerpo de vaso muy seguro, y pasa su primer trago sin desvaríos.
Cuando cuierra los ojos repiensa en las mismas cosas de ayer, y antes de ayer. En los cómos, los cúales y los porqués.
Se recuesta tiernamente en su silla de reposo, y se dedica los minutos en contar los segundos en que su nana se encarga de hacer el mandato.
El sueño lo vence mientras su boca abierta espera desprevenido la visita de un insecto invasor.
Pedro tocó la puerta de prisa. Raudo salió a su encuentro su mejor amigo de infancia.
jueves, 21 de febrero de 2008
Adán confesado
Publicado por Giancarlo en 22:25
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