Habrías ya considerado esto una hecho extremo de elogio desmesurado, un laberinto infantil de palabras imcomprensibles. En efecto, ya no estás. Apenas un par de imágenes sólidas impresas en apreciado papel son parte de tus recuerdos. Y, claro, aquella casa en la que aun habito, aquel lugar donde alguna vez tú y yo, comba y lampa en mano, lo empezamos a embellecer, cavando cimientos y traspasando paredes de ladrillos toscos.
Seis años después, tus risas resuenan cálidas en mis juveniles oídos y tus correcciones y mandatos sin réplicas todavía se lucen en ciertos inaudibles recovecos del hogar: papeles sueltos, casa limpia; lectura siempre para evitar la burrada y otros ensayos...
Hoy he cogido mi corno y he salido al campo a tocar la música que no te gusta, víctima yo de mi propio capricho del que ya te hiciste idea hace mucho.
Cuando retornes, de veras, ya tendré preparado todo, para volver a coger ese combo viejo, que se ha jubilado de sus actividades, y tendré al alcance la pala extraviada y el pico oxidado, que no tiene cura. Así juntos continuaremos con nuestro proyecto, tras maltratar el silencio mientras despertarmos a los muy queridos vecinos, un domingo por la mañana.
Y siendo así las cosas, trataré de no perder la costumbre de observar como tu silueta, de lunes a sábado, hace su ceremonial aparición nocturna en la esquina de barrio, dibujando un cuerpo bajo, de andar lento, como si no le importara el tiempo.
Mientras tanto, solo una pregunta... solo una: ¿cuándo volverás definitivamente para siempre?
PD: Movimiento final de la Sinfonía Número 3 de Gustav Mahler.
0 Comments:
Post a Comment