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lunes, 31 de diciembre de 2007

Vecinos inesperados

El primer individuo que puso los ojos quietamente en Gustavo, quien hacía el viaje de retorno del mercadillo, tenía el rostro desdibujado por una cicatriz mal cerrada, por la que se veía varios trozos de hilo que alguna aguja desafinó en su pasada.

Vestía unos zapatos de cuero fino mal gastado y un jeans raído de color celeste en cuya tela seguían rubricadas algunas dedicatorias y refranes dejados hace un buen tiempo, entre las que llamaba la atención una en particular: no vuelvas más. Sin embargo, lo más curioso y elegante de este sujeto lo integraba el conjunto de chaleco y camisa a cuadritos con el que se moldeaba parte de su desnutrido cuerpo superior, lo cual causaba risas entre quienes tenían la oportunidad de verlo. Algunos creían que el mismísimo Bruce Lee había buscado al peor individuo para reencanarse.

Gustavo miraba su reloj acuático con mucha atención. Continuaba su lento caminar a casa de sus padres cuando de pronto sus aplatados ojos chinescos se toparon con la figura de otro sujeto que se guarecía en lo más alto de un edificio de tres pisos. El tipejo era algo grande y más o menos gordo, y lucía una conjunto de color azul marino que hacía gala con un par de zapatillas blancas (nuevas) de la marca Nazaro.

En comparación con el primero, este segundo tipo aparentaba tener una carita angelical de esas con las que se gana rápidamente la amistad de cualquier persona. Alguien muy curioso se dio cuenta que entre las manos del individuo se retorcían una bolsita de golosinas y cajitas y latitas envueltas en papel de regalo. Otra persona, también atenta a los detalles, sacó la conclusión que aquella cosa que balanceaba entre sus labios se parecía a un cigarrillo. ¿Podría ser otra cosa más?

El calor desea convertirse en la ama y señora de todo lo que cierne debajo de ella, y así se lo hizo saber a Gustavo cuando el bochorno dio sus primeros pasos para apoderarse del día.
Para combatir la sed que sentía acudió a una tiendecita repleta desordenadamente de muchos enseres que él no pudo reconocer a simple vista.
Pidió una gaseosa barata y de marca nacional, y mientras esperaba el cambio distrajo su ocio con dirección a la calle.
Fue entonces que supo de la presencia de otro hombre extraño, que fungía de guardaespaldas arrescotado en la reja de la tiendecita.
Las medallas y galardones brillaban como oro sobre el atuendo militar, y todo indicaba que alguna vez sus hazañas y méritos convirtieron a este agente en un ejemplo a seguir entre sus compañeros, y en un importante baluarte para las instituciones de seguridad.
Hoy luce olvidado, con el rostro cabizbajo y la pistola Prietto Beretta desfundada y amenazante en la mano izquierda. De todo ello apreció Gustavo cuando retomó el recorrido a casa.
Una llamada al celular lo alertó: Hola, Gustavo. Te esperamos a ... metros de tu casa.
Probablemente sabrás que si no... a la hora pactada, te las verás con nosotros. Apúrate y no olvides traer... que tanto... gusta. Blip.
La voz que acaba de oír le parecía conocida. Sin embargo, el mensaje era raro. No recordaba la tal hora pactada ni el recado que tenía que llevar... hasta que de un chispazo la memoria rindió sus frutos.
Recordado todo, incluido la voz, tenía que regresar al mercadillo. El tiempo se había reducido y por eso decidió llegar a través de un atajo.
Una larga calle estrecha decorada con globos amarillentos, veredas altas y postes ancianos que apenas se sostenía conformaba el punto de vista más maternal de lo que era aquel atajo.
Gustavo aceleró el paso. Y pasó calle tras calle hasta que llegó a la curva. Mientras se fijaba en la hora llamó su atención la presencia de dos extraños que se guarnecían detrás de dos postes a ambos de su recorrido.
Sorprendido, él se asomó a ver de cerca a uno de ellos. El extraño permanecía inmóvil, sentado en una silla de mambú, con el rostro oculto por un pasamontañas marrón, sosteniendo entre sus gruesas manos con guante de lana, una filuda hoz.
Una pasos se oyeron detrás de él. Cuando volteó el otro extraño reposaba tímidamente con la cabeza derrotada por el sol.
Parecían hermanos: los desconocidos tenían puestas las mismas vestimentas y aditamentos, y nadie se atrevería a decir que no tenían parentescos. Eran gemelos. Mantenían siempre la mano firme para alzar con valentía la hoz, que no se inmutaba ni por el viento que se avalanchaba sobre la ciudad desde lo más alto de un cerro aledaño.
Avanzaban los minutos y segundos sin tregua. El camino al mercado se está acortada y en el rostro de Gustavo se vio dibujado una símbolo de alivio: una sonrisita amplia que apenas mostraba sus dientes blanquecinos. Pero se detuvo.
No había entrada al lugar. Un camión bloqueaba la gran puerta metálica que daba pase al patio principal del mercado. La boca de labios finos ocultó bruscamente los dientes.
Una media vuelta y dos cuadras de caminata lo llevó a un pasaje que contenía en su mismísmo centro muchos árboles nuevos.
Uno ganaban más altura que otros y posesían muchas ramificaciones que servían como sombrilla de verano.
Al llegar al árbol más grande y amplio, una de sus ramas dejaba ver una escena espantosa.

1 Comment:

Unknown said...

Gian de mi vida!

Incursionando en la onda policíaca? Me parece excelente! Y viste k si te atrapa y te mantiene ahi pendiente de lo que hará.. pero por qué opto por el atajo? =S! Mi no entendersh!